Por otra parte, prefiero hacer eso aislado, pues los gases, al ser expulsados, me proporcionan un gran placer que se manifiesta en mi rostro, eso lo sé…
Categoría: Cuentos
Tres breves novelas río
Un señor de mediana cultura y decorosas costumbres encontró, al cabo de una ausencia de meses, debida a acontecimientos horriblemente bélicos, a la mujer que amaba. No la besó; sino que, apartándose en silencio, vomitó copiosamente.
La horca y los zapatos del músico
Al acabar la segunda pieza musical el de la guitarra quiso tocar un solo de su instrumento para homenajear al muerto, se acercó al cajón y se quedó en el breve lapso de un minuto paralizado. Agitó su instrumento sobre la cabeza: Compadre Juan que hace usted metido en ese cajón muerto de la risa… Salga de ahí carajo… Vamos para un matrimonio lo necesitamos para que cante y baile… Vamos compadre…
Oye Simón, escribamos una oda a la soledad
Simón me cuenta por centimillonada vez que la culpa del encierro que padece la tiene un duende sin ropa. Un duende desnudo. Sin una cobija que le sirva de abrigo.
El Etnógrafo
Más de dos años habitó en la pradera, bajo toldos de cuero o a la intemperie. Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos, se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que su lógica rechazaba. Durante los primeros meses de aprendizaje tomaba notas sigilosas, que rompería después, acaso para no despertar la suspicacia de los otros, acaso porque ya no las precisaba.
El silencio de Dios – Juan José Arreola
No te sorprendas porque contesto una carta que según la costumbre debería quedar archivada para siempre. Como tú mismo has pedido, no voy a poner en tus manos los secretos del universo, sino a darte unas cuantas indicaciones de provecho. Creo que serás lo suficientemente sensato para no juzgar que me tienes de tu parte, ni hay razón alguna para que vayas a conducirte desde mañana como un iluminado.
Solfeo para un ruiseñor enjaulado
Toda la tarde había leído J’adore de Jean Desbordes, donde el poeta solicita el canto de un ave, alguna bella elegía a un árbol y sus raíces conduciendo la pureza.
Una reputación
La cortesía no es mi fuerte. En los autobuses suelo disimular esta carencia con la lectura o el abatimiento. Pero hoy me levanté de mi asiento automáticamente, ante una mujer que estaba de pie, con un vago aspecto de ángel anunciador.
Sopa maromera para Fifí
Los ladridos de Fifí se unen al duelo de la difunta, abalanzándose sobre el cajón, al percibir que ella está ahí, la única que le daba pedazos de pan untados de café. El perro desparrama las flores y tumba dos cirios, uno de los cuales le cae encima al único enano de la compañía. La gente ríe y aplaude, al fin y al cabo es un circo.